De jovenzuelas podíamos permitirnos esas coquetas latitas retro de vaselina perfumada..., pero a los cuarenta nuestros labios piden más.
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Os cuento que en la actualidad tengo cuatro bálsamos labiales, de bolso en bolso y tiro porque me toca, y os voy a hablar de ellos.
Empezando por mi favorito: Aquaphor.
El Aquaphor es un producto de parafarmacia norteamericana, que en sus tiempos se vendía en iHerb y que en Europa comercializa Eucerin.
Antaño lo usaba en tubo, pero en una farmacia de Ávila encontré esta pocholada de tarrito, guiñándome los ojos.
Contiene ingredientes buenos y malos luchando en singular combate, y ganan la glicerina, la camomila y el pantenol.
Además, la lanolina es excelente aunque de origen animal, inadecuada sólo para veganos..., y la parafina dicen ahora que tampoco es la encarnación del demonio.
Seguimos con el Carmex sabor cereza que es petrolato puro pero ah, tiene mentol que según la leyenda mantiene los herpes a raya, y también manteca de cacao. Creo que lo reformularon y debieron quitar el semen de ballena del que hablaban las lenguas torvas.
Lo compro de vez en cuando por puro glamour, soy una chica sencilla que aún cree que estos tarritos son una cumbre del chic.
Sin embargo han evolucionado a unos adorables tubitos de Carmex que se llaman Moisture Plus, no tienen parafina y sí mantecas de Karité y muru muru, un sinfín de aceites vegetales, y... ¡color!
Color como el de un labial líquido brillante, pero con alta hidratación. Yo tengo el Ponty pink, un alegre tono grosella, y lo conseguí en Natura, eso sí, me costó siete euros y medio. Pero no me arrepiento de su compra, no...
Por último hablo del intruso, porque ésto no es un bálsamo labial sino la versión española del pintalabios mágico marroquí, sólo que sin sobresaltos por parte de la OCU y detallando ingredientes de calidad.
Yo diría que el pintalabios que cambia de color de Camaleónmagic no es un bálsamo sino un tinte labial con propiedades hidratantes: los labios se ven nutridos y confortables, sí...
Pero la cualidad que sobresale es la duración, hasta límites insospechados e inquietantes: hasta el límite de irse a dormir bien desmaquilladita..., ¡y despertarse a las 8 a.m. con la boca de un rosa perlado subido!